España, la derrota en el ADN

  Si los romanos usaban la filosofía del “pan y circo” para alimentar a las masas literal y figuradamente para apartarlos de los problemas de la gestión pública del momento, el parlamentarismo español a lo largo de su historia reciente, ha dado un paso más allá para convertir dicho pan y circo en la propia gestión pública.

  El portavoz de ERC exponía que la izquierda lleva en el ADN la derrota. No, el propio arte de parlamentar y negociar en España, está derrotado por incomparecencia de sus actores políticos. En nuestro país no se sabe debatir, se discute. En nuestro país no se propone, se impone. En nuestro país no se hace autocrítica, se reprocha. En nuestro país no se negocia, se coacciona.

  El fallido proceso de investidura de Pedro Sánchez, ha sido la constatación de la falta de sentido de Estado por parte de los partidos políticos. Puede que sea injusto ponerlos a todos en el mismo saco, pero la falta de libertad en la votación, así como en la acción; hace que todos los grupos parlamentarios acaben en mal lugar por omisión.

  Pedro Sánchez dijo “Si el problema no es el programa, ¿cuál es el problema?” Una y otra vez, estableció que los acuerdos programáticos en cuanto a las políticas sociales, medioambientales, de género, de pensiones, lucha contra la pobreza infantil, laborales, … Un momento, ¿laborales?, ¿seguro? Precisamente uno de los puntos más polémicos fue la lucha por la cartera ministerial de Trabajo. Tanto fue así, que hasta incluso en medio del discurso del candidato de Podemos, se pusieron sobre la mesa, competencias en relación a las políticas activas de empleo. Cierto, dichas competencias están transferidas a las CCAA, pero su financiación para su puesta en práctica, depende de los Presupuestos Generales del Estado. De nuevo, “si el problema no es el programa, ¿cuál es el problema?” La CEOE, el IBEX 35, el BCE, el FMI, …

  El Presidente en funciones citó a Dinamarca y Portugal como dos espejos en los que mirarse para la consecución de un pacto con Unidas Podemos. Para empezar, dichos gobiernos no se pueden aplicar al caso español desde un análisis de Política Comparada. En el caso danés, la analogía se cae por su propio peso desde el momento en el que la figura presidencial danesa es un “primus inter pares” (primero entre iguales). El sistema español, a pesar de ser parlamentario, funciona con un mecanismo mucho más presidencial. Desde la ronda de consultas del rey, pasando por la ronda de entrevistas para posibles pactos, como la votación de investidura; todo pasa por la figura del presidente. Dicho de otra forma, la voluntad o las ganas de negociar del candidato a la presidencia, son fundamentales para que la conformación de Gobierno salga adelante. En otras palabras, si Pedro Sánchez hubiera querido gobernar con Podemos, a estas horas ya estarían trabajando el reforma laboral. Por otra parte, en el sistema danés hay un control mucho mas rígido de la actuación del gobierno. El parlamento es independiente de la legislatura vigente. Esto hace que la libertad de acción, tanto del presidente como del gobierno, se tenga que ajustar mucho más a la estabilidad política que hay debido a la independencia de la cámara.

  En relación al caso portugués, estamos ante otro caso de sistema semipresidencialista. Sin embargo, en el actual escenario luso, el presidente tiene más libertad debido a que los grandes partidos de derechas concurrieron a elecciones en bloque. Esto es, la polarización fue mayor y dejó de una forma más despejada los pactos que tenía que hacer si o si, para poder gobernar. No como en el caso español, que las opciones pueden ser múltiples: PSOE-UP, PSOE-PP, PSOE-PP-C´s, PP-C´s-Vox, etc

  Desde el grupo morado de UP, la toma de decisiones, así como las formas, tampoco han sido las mejores. Bien es cierto que se han hecho multitud de propuestas, y bien es cierto que han cedido hasta en el discurso final de investidura pero… ¿hubo falta de sentido de Estado o directamente vértigo debido a la falta de experiencia? Sin lugar a dudas están pagando la novatada y está claro que, como mínimo, ciertos organizaciones privadas y públicas, están actuando como grupos de presión debido a la desconfianza que pueda inspirar Podemos (de forma justificada o no).

  La formación de Pablo Iglesias no consiguió los resultados electorales que deseaban, aunque aguantaron el tipo a pesar de la puesta en escena de Vox. Teniendo en cuenta esto, UP si quiere formar parte del Gobierno, ya sea en calidad de coalición o cooperación, debería de tragar su orgullo y aceptar algunas de las propuestas socialistas. De lo contrario, unas elecciones en Noviembre, serían desastrosas para sus intereses. En cambio, una posición gubernamental para los próximos cuatro años, podría otorgarles ese aval de confianza del que no gozan ahora mismo a ojos de ciertas organizaciones supranacionales. Materia gris tienen para ello, pero ¿aplicación práctica? Verlo sería apasionante.

  Es realmente curioso que, con el juicio al procés catalán, formaciones como ERC o PNV, con una fuerte carga nacional identitaria, aboguen por una estabilidad política, tan inusual como necesaria en los últimos años. Con esa ansiada estabilidad política, probablemente ahora no estaríamos viviendo el desmembramiento del Estado de las Autonomías. Pero hay que ser consecuentes, tampoco han dado un cheque en blanco, de lo contrario hubieran votado “si”, aunque el gesto sea de agradecer. El único que lo hizo fue el PRC y su portavoz actuando como Russell Crowe en el coliseo romano, aún sabiendo que era parte del pan y circo. Desgraciadamente, la sociedad no vive de ilusiones, y mucho menos de héroes. La abstención que pudo ser un voto afirmativo de ERC o PNV, probablemente en septiembre sea una negativa, si los otros dos gladiadores no se ponen de acuerdo.

  En cuanto a los que aplaudían con las orejas, decidieron optar por un perfil más secundario. Con la excepción de Albert Rivera, que sigue con su particular casting de La Voz para crispar el ambiente. Su exposición de los negociadores como una banda que está pendiente de repartirse el botín, poco pudo aportar salvo para salir en los telediarios y tapar las carencias por las que está atravesando su partido. La dimisión de Francisco de la Torre es una muestra más de que la formación naranja no está sabiendo encarnar un movimiento liberal. No es de extrañar que la mayoría de voces desencantadas vengan del sector económico.

  Independientemente de la ideología de cada persona, un partido liberal (en todas sus facetas) en España, es vital como elemento de contrapeso tanto para los conservadores (PP) como para los socialdemócratas y progresistas. Ciudadanos se originó como elemento de contrapeso al independentismo catalán, pero su paso a la política estatal le está pasando demasiada factura. No sólo se ha alejado de esa posición, sino que, en su intento por sustituir al PP, esta consiguiendo mimetizarse con los populares. Han conseguido el espacio histórico que encarnaba el PP de Catalunya de Jose Piqué, eso es indudable, pero precisamente ese ha sido el error de base. Ese proceso sustitutivo es el que están intentando a nivel estatal, pero no lo pueden conseguir por el fuerte poder territorial de los populares. No hay una tradición liberal clara en el país, y lo que es peor para dicho partido; ni está ni se le espera si siguen trazando según que líneas rojas. A río revuelto, ya se sabe, quién mejor se mueve en ese escenario es el PP. La formación que preside Pablo Casado es como un casino de Las Vegas: la banca siempre gana. Paradojas de la vida, precisamente es por el lado económico por donde se está desangrando Ciudadanos.

  Así con todo, la investidura queda para la reválida de septiembre. En una era donde los exámenes de recuperación son en verano, la política española sigue anclada al plan escolar viejo, tan viejo que no se debate, se discute. No se propone, se impone. No se negocia, se coacciona. Un parlamento donde todavía somos pan y circo. Porque ya lo decía Estanislao Figueras en la Primera República: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!»

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