A raíz de las últimas publicaciones sobre las quejas por parte del gremio editorial por las presiones que dicen recibir de los distintos gobiernos autonómicos para incluir o suprimir según qué datos, informaciones o historias en sus libros escolares, volvemos al debate nacionalista tras el descanso estival.
Muchos han intentado explicar qué es una nación y sus orígenes partiendo de diversos factores externos, tal como es la raza, la lengua o la religión. Partiendo de que unos y otros ni son exclusivos ni excluyentes, ¿qué es lo que queda entonces? Lo que queda simple y llanamente es el ciudadano y su voluntad. Uniendo las voluntades particulares de cada ciudadano junto con los legados e historias pasadas que poseen todos en común, surge un sentimiento casi palpable de unidad (E. Renan, ¿Qué es una nación?). Cuando hablamos del pasado no decimos que se deba tener en cuenta diversos periodos sangrientos y poco aconsejables para recordar. Las personas deben mirar atrás, no para recordar lo que hace 500 años provocaba guerras y periodos convulsos entre ellas, si no para recordar lo que verdaderamente les unió, como por ejemplo empresas heroicas, grandes hazañas nacionales, manifestaciones culturales y sociales, etc. Este pasado se concreta en el presente a través del deseo de los ciudadanos libres a seguir unidos en sociedad y formar una Nación.
El nacionalismo, entendido tal y como hoy lo hacemos, invento del siglo XIX, ha ido tomando un cariz cada vez más excluyente, centrado en la diferencia con el otro. Lo que aquí propongo es recuperar los elementos que nos unen del nacionalismo, aquellos que han contribuido y contribuyen a hacernos mejores ciudadanos y mejor país.
Que todas las regiones, sus pueblos y nacionalidades han aportado, trabajado y luchado por la conformación de una nación mayor, España, es un hecho histórico. Blas de Lezo, Cervantes, Colón, Zurbarán, Pizarro, Carlos I, Dalí, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Rocío Jurado o Rafa Nadal son sólo algunos de los miles de españoles que nos dotaron de identidad desde sus respectivas carreras.
No seré yo quien diga que España es una nación de naciones, es nuestra propia Constitución la que en su artículo 2, reconoce la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran. Partiendo de esta premisa, ¿qué podrían hacer nuestros políticos para unirnos en lugar de ahondar en la confrontación? (Recordemos eso de “pueblo unido jamás será vencido”).
Nuestros políticos a sueldo deben trabajar por un proyecto común de Estado, con miras de futuro y pensamiento a largo plazo, algo difícil puesto que no generará un rendimiento electoral en un corto periodo de tiempo. Es por ello que precisamos políticos comprometidos con el futuro de sus ciudadanos, capaces de pensar en el bien común y el interés general, abandonando, por una vez, los intereses partidistas.
Como nadie podrá dudar, la Educación es el eje central, la fuerza motriz que ha de impulsar el futuro de todo Estado. Hemos de trabajar por la formación de un sentido de Estado, un proyecto educativo integrador común que no sólo enseñe la lengua, cultura e historia propia, si no que haga partícipes a nuestros alumnos de la lengua, cultura e historia del otro.
El nacionalismo no es en sí mismo negativo, podemos recuperar un nacionalismo no excluyente, nacionalidades y regiones como partes de un todo, piezas que han contribuido a la construcción de un puzle mayor que es España. Un nacionalismo español que no sólo reconozca, sino que también defienda y promueva a su vez como suyos la diversidad de sus nacionalidades y regiones. ¿Imaginan un grupo de escolares andaluces hablando catalán, mientras estos últimos celebran las fiestas andaluzas disfrutando de su rica gastronomía y música? ¿Y un Erasmus entre gallegos, vascos y extremeños?
El lenguaje, como función social, es quizás el elemento cultural de identidad de mayor importancia. La lengua dota de un sentido de identidad y pertenencia a la comunidad. La enseñanza formal del lenguaje en los centros educativos, debe ir acompañada de un ambiente social, un contenido temático que incluya la cultura, la realidad y la historia de las distintas nacionalidades. Si fuésemos capaces de implementar un proyecto educativo que integrase las distintas lenguas de España, estaríamos creando una identidad cultural más grande que todas las anteriores por separado.
Aunque las naciones sean diferentes y a menudo opuestas, cada una de ellas aporta su granito de arena a esta construcción humana para así, finalmente, alcanzar la firme y libre voluntad de seguir viviendo en comunidad.