A día de hoy, el estado español se encuentra sumido en una crisis económica muchísimo más elevada respecto a la que asoló España en los años 30, durante el período de la Gran Depresión, y que a la postre acabaría desencadenando fuertes tensiones sociales y políticas que ayudaron a auparse a la dictadura franquista.
Rajoy mencionó hace unos días “para qué cambiar nada cuando todo funciona bien”. Pues bien, en estos últimos 4 años las cosas han funcionado tan bien que, existe más pobreza, más desigualdad, la gente dispone de menos recursos y paga más impuestos, ha habido una reducción del estado de bienestar, menos servicios sociales… Además, en estos 4 años de Rajoy, el paro sigue rondando el 21%, cuya subida se mantiene con la creación de empleo basura, que no es suficiente para compensar el gasto en pensiones, lo que provoca que se produzcan unos hachazos brutales a la hucha de las pensiones la cual se encuentra en mínimos. A pesar de existir un número de afiliados a la seguridad social ligeramente superior al del comienzo de la legislatura en 2011, la recaudación se ha reducido en más de 1300 millones de €. El déficit público sigue incrementándose a niveles de récord, superando el 100% del PIB. Reformas fiscales y laborales contribuyen también a este desastre
Importante es también que España, junto a Grecia y Portugal, es el país con más conflictividad social en Europa, aunque esto se está reduciendo en el último año gracias a la famosa “ley mordaza” y a unos niveles de represión policial y persecución a la libertad de expresión nunca antes vistos, que asemejan a cualquier estado fascista. Podríamos seguir comentando cosas y no nos llegarían las líneas para escribir, pero imagínense que pasaría si los ciudadanos seguimos con este plan 4 años más. Una nueva legislatura del PP provocaría una fractura enorme y aún mayor en la sociedad y crearía una tensión social entre clases nunca antes vivida que podría ser irreversible.
Por otro lado, tenemos otro problema. El quid de la cuestión, y no es otro que Cataluña. Gracias al PP y a sus políticas de conflicto, el porcentaje de ciudadanos catalanes a favor de la independencia no ha hecho más que incrementarse cada vez más (2011: 41,4%; 2014: 53,9%). La falta de una apertura del PP al diálogo con el gobierno catalán, y de abrirse a un futuro pacto fiscal, están ocasionando que el problema de la independencia vaya demasiado lejos y llegue un momento en el que no haya vuelta atrás. Y es que la situación se está agravando demasiado y la pasividad del PP es extrema. Sólo demuestran su falta de capacidad para resolver un conflicto real y anteponiendo intereses electorales por encima de los ciudadanos.
Si al desastre económico al que nos dirige el PP le sumamos que el problema catalán se agravaría aún más, podríamos empezar a hablar de una reducción de las redes locales clientelares que existen y que son las que otorgan una gran mayoría de votos al PP. Esto podría desencadenar en una posible victoria de un partido como Podemos en un futuro no muy lejano, como alternativa a enmendar la situación de desastre. Pero quizá, en 4 años sería demasiado tarde. Y es que los expertos, como el historiador Antony Beevor, y la prensa internacional, a día de hoy, ven una gran similitud entre los desencadenantes de la Guerra Civil Española y la situación actual, y asumen que en España se producirá una “balcanización” no a largo plazo.
Ahora bien, imaginémonos que estamos en 2020, y que, tras esa gran fractura social provocada por la última legislatura de Rajoy, la sociedad decide elegir por mayoría el tener un gobierno de Podemos. Según sus planes, Podemos decide convocar un referéndum en Cataluña, y el sí resulta vencedor absoluto con una mayoría aplastante. Cataluña proclama su independencia y esto enciende a la derecha española más oscura. Si este escenario sucediese, sería muy probable que los militares más nostálgicos despertasen los fantasmas del pasado y entrasen en rebeldía, y probablemente acabase sucediendo un golpe de estado como sucedió en 1936, que acabaría en una invasión militar de Cataluña y en el derrocamiento del gobierno de Podemos. Este golpe de estado, sería la chispa necesaria para que sucediesen brotes de violencia que pudiesen desencadenar una nueva guerra civil.
Y es que un frente popular de izquierdas -como el Frente Popular de 1936, integrado por PSOE, Partido Comunista, Izquierda Republicana y demás partidos de izquierda- sería toda una provocación en un país profundamente dividido, y en el cual las heridas de la dictadura no han sido reparadas. Casi 150.000 personas siguen enterradas en fosas comunes y en las cunetas de nuestras carreteras, lo que convierten a España en el segundo país del mundo en número de desaparecidos cuyos restos no han sido encontrados ni identificados, solo superados por Camboya. No existe una reconciliación entre la sociedad española por los hechos ocurridos en la dictadura franquista, ya que España es la única democracia del mundo que no ha realizado ninguna investigación sobre el terrorismo de Estado durante la dictadura. Mientras estas heridas no sean reparadas, el conflicto social seguirá existiendo y las dos Españas seguirán enfrentadas. Y por supuesto, la izquierda no toleraría someterse a un nuevo golpe de estado por parte de la derecha española.
España, definida como una nación plurinacional, sigue dividida en dos. En las pasadas elecciones del 26 de junio, el voto se repartió en un 49,6% para la izquierda, y en un 50,4% para la derecha. Cuatro años más de gobierno del Partido Popular, condenarían a los ciudadanos españoles, y servirían para profundizar las desigualdades sociales, agravar el conflicto catalán, y establecerían las bases de una hipotética y futura guerra civil en España. Aunque sería difícil que esto ocurriese a día de hoy, ya que debemos recordar que España está al antojo de sus acreedores, nunca se sabe cuándo podría saltar la chispa, por tanto, un futuro gobierno del PP debería de tener muchísima cautela. El “pacto del olvido” firmado por las élites en el pasado, no ha servido para nada, y las dos ideologías caminan peligrosamente hacia un nuevo enfrentamiento, recordando a los frentes propagandísticos del pasado que enfrentaron a las dos Españas, y las condenaron a una destrucción mutua.
«En las pasadas elecciones del 26 de junio, el voto se repartió en un 49,6% para la izquierda, y en un 50,4% para la derecha.»
Sólo comentar que como media supongo que es correcta, pero analizándolo por CCAA fue Cataluña con un 60%-40% la que más votos obtuvo para la izquierda, similar porcentaje que el País Vasco (comunidad en la que previsiblemente también subirá el independentismo no nacionalista en los próximos años), luego siguen Extremadura 55%-45% y Andalucía 51%-49%. En el resto de las 13 CCAA la derecha ha ganado con una media del 55% de los votos, lo que todavía abre más la brecha nacionalista, ya no sólo es el eje nacionalismo centrípeto vs. nacionalismos centrífugos sinó también el eje derecha-izquierda los que separa todavía más a Euskadi y Catalunya del resto del país.
Y donde situaría usted a un votante de derechas como CIU y pro-independentismo? No tiene sentido lo que usted comenta.
Lo que yo digo tiene el sentido estadístico que tiene, es decir, refleja la pura realidad de lo sucedido en las últimas elecciones. En Cataluña y en Euskadi se votó mayoritariamente (60%) a la izquierda -principalmente a la izquierda renovadora-, en Extremadura se siguió votando a la izquierda clientelar (55%) y en Andalucía casi existe un empate técnico entre izquierda (51%) y derecha (49%).
En Cataluña, CDC ha sido la 4ª fuerza más votada a menos de 20 mil votos de la 5ª fuerza (el PP), cosa que no ocurre en Euskadi con el PNV.
Así, en Cataluña, el distanciamiento respecto al sentido del voto en el resto de España se acentúa todavía más (que era la conclusión final de mi comentario), ya que ahora la izquierda independentista (ERC) ha sacado 150 mil votos más que la derecha independentista (CDC) confirmando la tendencia de los últimos años. Y eso, unido al auge de la esperanza temporal de transformación que puede (o podía) ofrecer Podemos (En Comú) añade una variable más de desapego respecto al voto que se emite fuera de Cataluña, acentuando todavía más la sensación de que es imposible transformar España mediante la participación electoral de las Generales, lo que hará coger más fuerza en los próximos tiempos el comodín de la independencia como única forma posible de tener un Estado por lo menos diferente del actual (a mejor o a peor ya se vería con el tiempo).
Resumiéndolo de otra forma más abreviada: mientras en los últimos años en el resto de España el voto se ha consolidado en la derecha nacionalista (PP), en Cataluña no sólo ha pasado de derivarse del nacionalismo al independentismo, sino también a desplazarse de derecha a izquierda, lo que separa la ideología política de los votantes catalanes de los del resto de España todavía más que hace unos años.