Este año se cumple un siglo del inicio de la Revolución Soviética, fenómeno a partir del cual -tras una cruenta guerra civil en el disuelto Imperio ruso que duró un sexenio- se creó el primer Estado comunista de la historia: la URSS. Este régimen y los que nacieron tras la II GM rompieron con el principio marxista según el cual una vez alcanzado el poder, dictatorial, el sector público tenderá progresivamente a desaparecer.

La capacidad organizativa de los comunistas, la desigualdad y atraso socieoconómico más el apoyo soviético fueron las tres causas principales de la erección de ese tipo de regímenes en países, todos ellos, no primermundistas. En contraposición, en Occidente, donde no se han dado esas variables, solamente la formación del ejecutivo de Syriza (no es propiamente comunista) en Grecia en 2015 ha sido el único caso de un gobierno liderado por un partido de izquierda alternativa a la socialdemocracia.

Si nos detenemos a definir el concepto de “moderno”, podemos afirmar que se trata del conjunto de elementos ligados a estructuras sociales que presentan constante innovación en todas las esferas sociales más elevados índices de desarrollo humano. Partiendo de esta base definitoria, si nos fijamos en algunas de las características de las dictaduras socialistas, apreciamos como se alejan del “modernismo” social: restricción de derechos y libertades, ausencia de democracia, elevados niveles de corrupción, cierto grado de militarismo, menor desarrollo tecnológico o atraso relativo a nivel cultural o textil. En consecuencia, del mismo modo que los sistemas comunistas no eran tan de izquierdas (pues en lo sociopolítico, como vemos, no lo eran) tampoco eran ejemplo de modernidad tal y como la conocemos en el tiempo presente.

Como podemos apreciar, las condiciones para el éxito de este tipo de formaciones en el mundo occidental -democrático, capitalista y más dinámico e innovador- han sido prácticamente inexistentes. Por ello, desde “Mayo del 68” hasta 2011 las propuestas de la izquierda rupturista del Primer Mundo han estado encaminadas constantemente a renovar el discurso de tal forma que se atraiga a un mayor número de electores. Así, la crítica al productivismo, el altermundismo, la separación de la órbita soviética (eurocomunismo) hasta la disolución de la URSS en 1991, el rechazo del imperialismo, la importancia dada a los derechos civiles de mujeres y minorías o la aceptación de un sistema capitalista siempre que sea fuertemente social conformaron el eje de esta izquierda renovadora “intermedia” entre la “vieja” y la “nueva”. BNG o IU fueron buenos ejemplos de este cambio a lo largo aproximadamente de treinta y cinco años.

No obstante, a lo largo de estos años muchas de estas organizaciones carecieron de un suficiente nivel de democracia interna; se asociaron a sindicatos fuertemente institucionalizados y mal valorados por la mayor parte de la opinión pública; se relacionaron, en el caso español, con casos de corrupción en entidades públicas financieras; y finalmente sus ambiciones políticas no pasaron de ser bisagra de los socialdemócratas.

Si a estos factores le sumamos la crisis económica y la negativa valoración de las élites políticas, específicamente en España se creó el caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de la “nueva” izquierda rupturista (15-M, Democracia Real Ya, Podemos o Equo). Estos nuevos movimientos sociales y partidos pretenden, más en la teoría que en la práctica “modernizarse” aún más al pretender corregir los defectos de las “viejas” organizaciones a las que pretenden absorber o reemplazar. Además, rechazan o no ven con buenos ojos el término “izquierda” por “antiguo”.

En conclusión, podemos sostener que el deseo de reformulación de discursos (inherente a la mayoría de simpatizantes de ideologías no conservadoras); los supuestos, según sus detractores y críticos, errores y carencias de los regímenes marxistas; más las dificultades para competir en sociedades cuya cultura política es democrática (en el sentido capitalista y de representatividad institucional del término) han dado lugar a un cambio constante de la izquierda alternativa occidental a lo largo de esta última centuria. Pues desde la Revolución Rusa hemos sido testigos de tres fases y el eje de medición adecuado no es el derecha/izquierda, sino el antiguo/moderno.

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