El 20 de enero de 2017, tuvo lugar la investidura del republicano Donald Trump como el 45º presidente de Estados Unidos. Dicho logro lo obtuvo tras derrotar en votos electorales a la candidata demócrata Hillary Clinton, quien, paradójicamente, superó en número de votos populares al magnate neoyorquino (48% vs 46%).
Ambos candidatos se alejan en buena medida de una versión perfecta del individualismo político. Ubicándonos dentro del espectro libertad/autoridad, por este término comprendemos la defensa de una concepción nítidamente iusnaturalista en las distintas esferas sociales, lo que se traduce en la preconización de una fuerte reducción de la concentración del poder por parte del government: en terminología liberal y, sobre todo, libertaria el individuo se sitúa jurídicamente por encima del Estado.
Así, junto a Reino Unido, EE.UU. es considerado el máximo exponente del capitalismo demoliberal y, por ende, del individualismo. La existencia de una menor presión fiscal, la amplia libertad educativa, la elevada agilidad burocrática y flexibilidad laboral, la garantía efectiva del respeto a los derechos y libertades fundamentales o la finalidad de la Segunda Enmienda constitucional (otorgamiento del derecho a portar armas para defender la vida, la propiedad privada y protegerse de posibles abusos del Estado) son importantes muestras de la idiosincrasia liberal de esta sociedad.
Esta estructura político-cultural se explica principalmente a partir de bases religiosas, histórico-políticas e histórico-sociales. En primer lugar, la ética protestante (esta fe era profesada en 2015 por el 51% de los estadounidenses, de acuerdo con el U.S. Census), ha sido proclive al capitalismo. En segundo término, se sitúan las dramáticas vivencias de los colonos puritanos del siglo XVIII, muchos de los cuales habían escapado de las persecuciones del régimen británico, por lo que identificaron un mayor ritualismo religioso (anglicanismo y, sobre todo, catolicismo) con el absolutismo. Finalmente, estos, los colonos, ocuparon, en su mayoría, tierras que estaban vacías, por lo que se fue forjando un fuerte sentido de la propiedad privada. ¿Pero es realmente tan individualista la población estadounidense?
Si nos fijamos en los programas de los dos candidatos más votados (cuyos resultados, recordemos, nos muestran un sistema bipartidista perfecto), en el caso del ya nuevo presidente, su política migratoria, proteccionismo comercial, la restricción de algunos derechos civiles o la defensa del aumento del gasto militar colisionan con los principios del liberalismo. Si a estas sumamos otras medidas por Trump defendidas, podríamos calificarlo de neoconservador aislacionista, o sea, de colectivista de derechas. En todo caso, sería incorrecto considerarlo extremista en términos estatalistas por la defensa que él hace de la democracia representativa o de la moderación fiscal.
Por su parte, Clinton se opuso también a una reducción de la inversión en materia de defensa (en 2016 fue de 582 mil millones de dólares), es partidaria de universalizar la sanidad, de mantener una cierta progresividad en el sistema impositivo o de llevar a cabo una mayor regulación de la tenencia de armas de fuego. Si glosamos todas las propuestas de su programa, su definición es más imprecisa, pero sí podríamos afirmar que recoge elementos del liberalismo conservador -defensa del despido libre o de la moderación salarial- y del socioliberalismo -visión progresista en materia de derechos civiles-. Consecuentemente, se acerca más al individualismo que su rival. Pero el deseo que la illinoisana tiene de que haya un Estado fuerte ante los desafíos bélicos o que tenga un mínimo de sensibilidad social dan muestras de una considerable querencia hacia el sector público.
En conclusión, la sociedad estadounidense sigue siendo marcadamente individualista en cuestiones relacionadas directa y fundamentalmente con el progreso económico personal, con la propiedad y con su propia seguridad. No obstante, las desigualdades generadas por un sistema capitalista notoriamente competitivo, la sensación de “invasión migratoria” en buena parte de la población (resultado, a su vez, del éxito en términos de PIB, de esta estructura económica) más el hecho de que el sentimiento patriótico es muy elevado -ello se relaciona con el enorme gasto en el capítulo de defensa- han desembocado en el desarrollo de un aparato estatal bastante potente que colisiona con la versión más pura del individualismo. Esta cultura política se traduce, en términos electorales, en la práctica marginalidad política del Partido Libertario -la organización más antiestatalista de entre las que se presentaron-, cuyo candidato, Gary Johnson, solamente obtuvo un 3,29% de apoyo en los últimos comicios presidenciales.