¿Qué le decimos al Dios de la Muerte? Hoy no.

    Una de las más célebres citas de la serie Juego de Tronos podría aplicarse a la situación actual de la política española. Los resultados de las elecciones generales, han traído consigo muchos análisis que han intentado explicar los cambios que se han producido en nuestro sistema de representación.

    Varios han sido los factores a tener en cuenta, así como la búsqueda de las razones para saber por qué los electores han decidido cambiar, de una forma tan drástica, las dos cámaras de nuestro poder legislativo. Rebobinemos, ¿de una forma drástica? Sin irnos a un tiempo demasiado lejano, la comparativa de los resultados del 2019 con los de 2016, arroja varios datos para entender qué pasó la noche del 28 de Abril.

    En líneas generales, podemos observar varias cosas: el aumento de la participación, el mantenimiento del electorado en los grandes partidos políticos a nivel estatal (con la obvia incorporación de Vox) y el resurgimiento de los partidos nacionalistas, independentistas o regionalistas (Euskadi, Catalunya, Cantabria, Islas Canarias, etc); lo cuál no contradice lo anteriormente apuntado.

    Si por algo se han caracterizado estas elecciones, han sido por el aumento de la participación. La gran duda que se hacían los analistas durante la jornada electoral era saber a dónde podría ir a parar esa subida. En resumen, ¿Vox conseguiría votos de los abstencionistas en 2016 o mediante un trasvase desde otros partidos del espectro de la derecha?

    España ha vuelto a demostrar que es un país que tropieza con la misma piedra una y otra vez, perpetuando así un sistema de partidos y otorgando el apoyo a unas agrupaciones políticas que han demostrado no ser dignas de la confianza de la gente. Los ciudadanos asisten a la lucha por el trono de hierro de las candidaturas mientras el enemigo de verdad está ahí fuera, y no me refiero a los caminantes blancos, sino a la desinformación. ¿Qué se le dice al pensamiento crítico? Hoy no.

  • En el espectro de la derecha, los partidos de ámbito estatal en el 2016 (PP y Cs) consiguieron 11.029.954 votos por los 11.169.796 que han conseguido en este 2019 (PP, Cs y Vox). Este dato nos demuestra que, no sólo han mantenido la confianza de los electores (independientemente de la opción partidista elegida), sino que han sumado casi 140.000 votos más (fruto del aumento de la participación).

  • Muchas han sido las explicaciones vertidas a lo largo de la semana: castigo a la corrupción, polarización, errores en la mercadotecnia electoral, etc. Todas y cada una han aportado obviamente al desplome de los populares, pero el trasfondo de la caída ha sido simple y llanamente la fragmentación de la derecha y una mayor diversidad para eligir. La política partidista española está sufriendo un proceso de liberalización como si fuera Wall Street, y ya se sabe; cuánto mayor y más diversa sea la oferta, más difícil es ostentar un monopolio (otro asunto es el amago de cártel que se ha intentado). ¿El por qué de este análisis?

  • Castigo a la corrupción. Si la gente de verdad castigara a los partidos manchados por la corrupción, a estas horas, el PP y el PSOE no existirían. Si la gente de verdad castigara a la corrupción, quedaría más que en entredicho la financiación extranjera de Vox por parte del grupo marxista-islámico CNRI. Hecho que va en contra de lo estipulado en el artículo 128.2 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Si la gente de verdad castigara a la corrupción, no habrían 14.513.951 votos destinados a estos partidos (la suma de PSOE, PP y Vox).

  • Polarización. Mucho se ha hablado también del fallo que ha podido cometer el PP en radicalizar su mensaje. Aquí hay dos lecturas posibles. Hay un evidente castigo al partido por ello, con una pérdida de votos hacia la formación de extrema derecha, pero la cuestión es, ¿ha perjudicado el hecho de polarizarse o el momento de dicha polarización? La agrupación verde, al fin y al cabo, es producto del descontento de ciertos sectores del partido azul al no saber responder a todas las demandas de sus facciones (no olvidemos que la antigua Alianza Popular nació como una federación de partidos).

  • En el espectro de la izquierda, la conclusión más clara que se puede sacar, es el gran beneficio que históricamente sacan los partidos progresistas cuando hay una participación electoral alta (especialmente en el caso español). La suma de votos de todas las candidaturas de izquierda, que han conseguido al menos un escaño, tanto de ámbito estatal como autonómico, obtuvieron 1.372.801 votos más (PSOE, UP, ERC, Compromís, etc) que en 2016. Lo que supone un 62% del voto nuevo, en contraste con el 22% conseguido por candidaturas de ideologías de derechas (el bloque estatal, JxCat, PNV, NA+, etc).

  • Cabe también destacar, los porcentajes por encima de la media, del voto nulo y en blanco del voto nuevo, en comparación con los datos totales del 2019. El voto nulo nuevo es del 2%, cuando el total es del 1.05%; mientras que el voto en blanco nuevo es del 1% en contraste con el 0.76% de la media total. ¿Qué quiere decir esto? El beneficio extra que consiguió el PSOE con la ley d’Hondt, para imponerse en 40 de las 52 circunscripciones electorales, debido al poder que los ciudadanos otorgan al voto en blanco. Cuanto mayor sea el voto en blanco, mayor dificultad para los partidos pequeños de llegar al umbral del 3%. A mayores, tenemos el 12% de los votos nuevos que fueron destinados a partidos que no lograron ningún escaño, lo que ha beneficiado aún más a la sobrerrepresentación de los socialistas.

  • La segunda gran conclusión por parte de la izquierda, ha sido el voto movido por el miedo. Aunque muchas personas puedan pensar que gracias a esto, se ha evitado un mal menor, en términos de visibilizar un discurso excluyente, totalitario y de crispación; la realidad es que es una muestra más de la incapacidad para encontrar nuevas propuestas para mejorar o incluso luchar contra el sistema establecido y, ya sea de paso, contra los poderes fácticos o las ya famosas cloacas del Estado.

  • Si por parte de los sectores progresistas se quieren encontrar nuevas fórmulas, ya no solo de gestión pública, sino de comunicación entre la ciudadanía y sus representantes, no hay nada más peligroso que el miedo. El miedo paraliza, bloquea, impide la libertad de pensamiento y de movimientos, como a un guardián de la noche le produce ver a los muertos.Tal ha sido esa la situación, que se ha optado por opciones tan conocidas como poco efectivas (especialmente PSOE y ERC), que parece que no se sabe cuántas veces han de defraudar a sus electores para que no vuelvan a confiar en ellos. Podría aburrirme citando casos de dichas decepciones: Rumasa, Filesa, Roldán, Banesto, GAL; y por la otra, caso Innova/Shirota, caso Manga, y la decepción de unirse a un proyecto con una de las agrupaciones más corruptas del país (CiU) en tiempos de Junts pel Sí.

    Si en Poniente se preguntan qué se le dice al dios de la muerte, en España nos preguntamos, ¿qué se le dice al dios de la concienciación? Hoy no. ¿Qué se le dice al dios de la culturización? Hoy no. ¿Qué se le dice al dios de la solidaridad? Hoy no ¿Qué se le dice al dios del sentido de Estado? Hoy no ¿Qué se le dice al sentido común? Hoy no.

    Lo que se vivió el día de las elecciones fue una vez más, el día de la marmota. La confianza ciega, otra vez, en unos partidos que la gente asimila como si estuviera defendiendo a capa y espada a una de sus casas, a su familia. Ejercer el derecho a voto ha costado y mucho, en nuestro país, y por ello, es necesario usarlo con responsabilidad. Ya se sabe, un poder conlleva una gran responsabilidad. Votar es sólo la punta del iceberg de la condición de ciudadano de una persona. Informarse, culturizarse, manifestarse; toda acción es poca para intentar tener pensamiento crítico con lo que nos ofrecen para comer en el menú de las elecciones.

    Uno no ejerce de ciudadano solo un día cada cuatro años, uno tiene el derecho y el deber, a partes iguales, de hacerlo cada día de su vida. Pero de momento, en aquel territorio de la península Ibérica y sus islas, de cuyo nombre no quiero acordarme, ¿qué se le dice a ser ciudadano? Hoy no.

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