Unos 57,8 millones de brasileños optaron el 28 de octubre por un candidato que centra su programa político en la lucha contra la corrupción y la inseguridad por sobre los derechos civiles. Después de 15 años de un gobierno de izquierda, la ultraderecha irrumpe el escenario político de la mano de Jair Bolsonaro, un exmilitar conocido más por sus declaraciones machistas, homófobas y racistas que por sus 27 años como legislador.
Su triunfo electoral genera confusión entre el electorado cuando un fragmento de sus seguidores es, al mismo tiempo, víctima de su discurso excluyente. Anna Ayuso, investigadora señor del think tank Cidob, explica, en su carta abierta, que la decisión de los ciudadanos recae en sus prioridades influenciadas por la emoción en vez de la razón.
Tal es el caso de Joseph Becerra, camarero de 36 años que vive en Río de Janeiro, cuya preocupación pasa antes por su seguridad que por su orientación sexual: “No busco que el cambio sea beneficioso para mí, sino para todos los brasileros”. En su opinión, la intolerancia hacia los homosexuales como él responde a la creciente violencia que genera tensión en toda la sociedad.
Por eso ve la solución en las políticas de mano dura adelantadas durante la campaña de Bolsonaro, ya que piensa que “limitará más los robos y la violencia”. El futuro presidente propone reducir de edad para imputar menores, proteger legalmente a los policías que durante el servicio maten criminales y ampliar la posesión civil de armas de fuego.
Aunque la ciudad carioca esté intervenida por los militares desde febrero, la ola de criminalidad sigue en aumento. Brasil alcanzó este año el nivel más alto de tasa de homicidios en su historia –30,3 víctimas por cada 100.000 habitantes-, acorde al informe realizado por el Instituto de Investigación Económica Aplicada y el Foro Brasileño de Seguridad Pública.
La otra columna de apoyo del ultraderechista ha sido la lucha contra la corrupción ligada al PT, marcada por el impeachment a la expresidenta Dilma Roussef y los encarcelamientos de políticos del partido. “Yo no quiero a alguien que sea corrupto y Haddad [el candidato del PT] es lo mismo que Dilma” expresa Alexandre Mesquitas, un cuidador de coches carioca de 41 años. A diferencia del PT, Bolsonaro jamás fue investigado por un caso así.
“No tiene sentido. ¿Cómo voy a votar al PT con la promesa de solucionar los problemas si son ellos mismos quienes los causaron?”, se pregunta Becerra. La politóloga Esther Solano Gallego, describe aquella reacción como un «sentimiento de frustración con la política, de descrédito, cansancio e incluso rabia con la forma tradicional de hacer política».
Bolsonaro construyó una agenda política al margen de sus controversiales discursos que supo apelar a las preocupaciones transversales del electorado brasileño. Los indicios se produjeron incluso antes de la primera vuelta electoral. Dos días después de celebrarse la primera movilización de #elenao – protesta feminista convocada para frenar la candidatura de Bolsonaro- la consultora Datafolha reveló que la intención de voto femenino hacia el candidato había aumentado en un 7%.
Castro pertenece al grupo de mujeres que contribuyó a la victoria de la extrema derecha: “nosotras hicimos la diferencia”, añade. En un país donde ellas representan el 52,3% de la población, los resultados finales publicados por la consultora muestran que el 50% de las mujeres se inclinaron por él. Sobre las acusaciones machistas que podrían afectarla, la economista admite que en su momento “Bolsonaro dijo algunas bobadas” pero no las toma en serio.
Por su parte, Mesquitas integra el 37% de los afrodescendientes que votaron al futuro presidente. Para él, es imposible que el exmilitar se oponga a su comunidad: “no es tan tonto como para hacerlo”. Sin embargo, Lilia Schwarcz, la historiadora brasileña, señala en una entrevista realizada por El País, que Bolsonaro carece de un doble discurso; “se ha caracterizado por su talante autoritario y por oponerse a la conquista de los derechos de mujeres, minorías raciales y LGBTQI durante años”.
La polarización que sus provocaciones retóricamente planteaba contra las mujeres, las minorías raciales y los homosexuales, fue superada por una estrategia concentrada en la preservación física y la transparencia política en manos de un hombre que, como dice Mesquitas, “representa el cambio”.