Los periódicos de todo el mundo se hicieron eco hace unas semanas de la liberación de Mosul a manos de las fuerzas de seguridad iraquíes. La segunda ciudad más grande de Irak se había convertido desde 2014 en el centro de operaciones y el símbolo de fortaleza del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). El 10 de julio será recordado como el día en que ISIS sufrió la mayor derrota bélica hasta el momento. Lejos de ser la única, el experto en conflictos armados, Matthew Glanville, asegura que la organización terrorista también “perdió prestigio y credibilidad” dentro del movimiento y en el contexto internacional.
El primer ministro Haider al-Abadi lo anunciaba formalmente 24 horas después de felicitar a “los combatientes heroicos y al pueblo iraquí por la gran victoria lograda”. Referirse simplemente a las fuerzas militares hubiera sido inexacto. Los ciudadanos se convirtieron en actores fundamentales en la contraofensiva iraquí ante el colapso sufrido por el aparato de seguridad estatal a principios de la guerra, incapaz de hacer frente al avance terrorista. Los civiles formaron las milicias llamadas Unidades de Movilización Popular (UMP o Hashd al Shaabi en árabe) luego de que ISIS ocupara un tercio del territorio iraquí, explica el ex ministro de Inteligencia.
El ayatolá Ali Husein Sistani – el líder religioso supremo del chiísmo en Irak- se dirigió tres días después de la ocupación de Mosul a su comunidad de fieles; “Los ciudadanos que puedan empuñar un arma para combatir a los terroristas y defender su país, su pueblo y los lugares santos, deben presentarse voluntarios y apuntarse a las fuerzas de seguridad para llevar a cabo ese objetivo sagrado”.
Por su parte, el partido del primer ministro, el Islámico Dawa, cuya postura tradicional se oponía a la formación de estas milicias civiles, no sólo celebró las palabras de la ayatolá, sino que como dijo más adelante uno de los generales del ejército kurdo, Hazhar Ismail, la UMP cuenta con el apoyo gubernamental, a quien se le destina una buena partida presupuestaria sin ser un ejército encuadrado en los parámetros estatales y por ello, fuera del control gubernamental. Estas fuerzas paramilitares chiíes se han vuelto cruciales en la guerra contra el yihadismo y su papel de aquí en adelante moldeará el futuro de Irak. Para muchos críticos, la UMP es la concreción de la influencia de Irán y del chiísmo en Irak.
El Instituto Carniege de Medio Oriente matiza la influencia de estos grupos como un todo coherente y advierte que “el UMP se mantiene dividido y refuerza la incertidumbre alrededor del futuro de Irak después de la batalla de Mosul, provocando un debate alimentado por incomprensión e incluso sectarismo”. Siguiendo su análisis, la división interna refleja la lucha por el control del Estado de las tres figuras más importantes: Maliki, Abadi y el clérigo Muqtada al-Sadr. El futuro de cada grupo también se encuentran influido por el referente ideológico a quien le han jurado lealtad: Maliki al supremo líder de Irán, ayatolá Ali Khamenei; Abadi a su homólogo iraquí, Ayatolá Sistani, y el último, a sí mismo
El análisis del instituto sostiene que Maliki quiere mantener a la UMP como un vehículo independiente para revivir el poder político de su facción, mientras que las otras dos están determinadas a integrarla al aparato de seguridad estatal, con el objetivo de ganar control sobre ella y poder utilizarla para reforzar el status quo político en Irak.
Cuando los habitantes de Irak tuvieron que decidir cómo querían defender su país, las fuerzas de seguridad del Estado habían perdido la confianza civil ante la inmediata derrota en la ocupación de Mosul en 2014. Glanville sostiene que la nueva batalla debe tener como eje central la provisión de los servicios necesarios para que los individuos se sientan seguros. El asesor militar añade que una de las tareas que tendrá el gobierno por delante será justamente centralizar el control de las fuerzas de seguridad si es que quiere evitar una nueva amenaza terrorista.
Es una victoria parcial. Lo que ISIS ha perdido en el terreno militarmente, pervive en las divisiones de la sociedad iraquí. Los chiíes representan la mayoría de la población, mientras que los sunníes se constituyen como la primera minoría y por último los kurdos que actúan como una comunidad autogestionada. “La batalla contra ISIS no ha terminado” ha dicho el primer ministro. Joseph Sassoon, académico experto en asuntos árabes, explica que el sectarismo y la corrupción “están estrechamente ligados a la expansión del Estado Islámico” y que por eso ganó adeptos entre los suníes. La sociedad se encuentra fragmentada en tres grupos
La segunda etapa de la batalla, coinciden los expertos e incluso Abadi, consiste en ganar los corazones y las mentes de los ciudadanos excluidos, aquellos que fueron desatendidos deliberadamente por el gobierno iraquí. El riesgo de no dirigirse a estas minorías es recaer en una nueva guerra contra ISIS; su participación es fundamental para la estabilidad del país. “Si el gobierno fracasa, ISIS estará esperando la oportunidad para atacar de nuevo”, teme Ahmed Rashid, analista político y director de la Fundación Experta Iraquí.
Sin embargo, la seguridad y la inclusión social son tan sólo una de las múltiples variables que el gobierno deberá atender para garantizar el orden político y social. La búsqueda de independencia económica y autonomía política será el siguiente desafío para consolidar la recuperación de Mosul, en un país donde Irán influye en todos los sectores de la vida, no exclusivamente en la UMP, como lo ha demostrado en una nota recientemente The New York Times.