Dentro de pocas semanas tendrán lugar las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. Seguramente veremos de nuevo a los partidos socialdemócratas europeos apoyando al Partido Demócrata de EE.UU.. Recordemos, en este sentido, el entusiasmo mostrado por Zapatero en favor de Obama en 2008; ó el Go, Hillary, go!, exclamado por Iceta, líder del PSC, en 2016.

            Pero lo que estas organizaciones y líderes no quieren admitir públicamente es lo que no es el Partido Demócrata: una organización socialista. Si bien es cierto -como expuse en mi artículo ¿Existe espacio para la socialdemocracia en Estados Unidos?– que hay un ala izquierda demócrata cada vez más potente (especialmente, entre los jóvenes), la estructura social de los países anglosajones -individualista y antiigualitarista- es escasamente compatible con el socialismo. Y ello afecta también programáticamente a los grandes partidos autodenominados progresistas en el mundo (Partido Demócrata de EE.UU., Partido Laborista británico, Partido Liberal canadiense…). De hecho, nunca ha habido en la historia ningún presidente socialista de un país anglosajón independiente. Y cuando un socialista anglosajón ha intentado liderar estas formaciones (Sanders, en los demócratas de EE.UU.; o Corbyn, en los laboristas de Reino Unido) ha fracasado; bien en primarias (senador de Vermont) o en elecciones generales (exlíder laborista).

            ¿Por qué sostengo, entonces, que el Partido Demócrata (PD) no es socialdemócrata (y mucho menos, comunista)?

            Si atendemos a su programa político, a las opiniones mayoritarias de sus miembros y a las acciones llevadas a cabo por los gobiernos federales y estatales demócratas, observamos, en primer lugar, que ellos aceptan la existencia de un despido laboral libre; algo impensable en la Europa continental (incluso entre los conservadores).

            En el plano socioeconómico, el PD no propone una sanidad pública, sino un sistema de cheques (universal, eso sí) para acceder a la sanidad privada (Obamacare). Es decir, su visión del Estado del Bienestar difiere notablemente de la de los principios de bienestar nórdicos, centroeuropeos y mediterráneos.

            A nivel educativo, los demócratas aceptan el carácter privado y elitista de la mayoría de las universidades; algo impensable en países como España.

            En el plano militar, el PD acepta que el gasto militar sea tres/cuatro veces superior al de algunos países occidentales. Por ejemplo, el gobierno de Rajoy lo mantuvo de media entre el 1%-2% del PIB entre 2011-18, en contraposición al 4% de media de Obama (2009-17). Además, no olvidemos el apoyo mayoritario demócrata a la Guerra de Afganistán, a la II Guerra de Irak o al intervencionismo en Libia o Siria. Además, según la BBC, entre 64 y 116 civiles fueron impunemente asesinados con el consentimiento de la administración de Obama entre 2009 y 2015. En contraposición a estos datos, los socialdemócratas europeos rechazan firmemente las guerras.

            Proseguimos con el análisis del uso de armas, donde los demócratas son partidarios de un uso restrictivo de las mismas -lo mismo que plantean los neoconservadores de VOX en España-, pero, en ningún caso, plantean abolir la Segunda Enmienda de la Constitución. Por su parte, los socialistas europeos aborrecen dicho derecho.

            En lo referente al derecho penal, la mayoría de los candidatos progresistas estadounidenses son partidarios de la pena de muerte, así como de la aplicación de la doctrina castillo (matar a alguien que ocupa una propiedad ajena). Además, Obama nunca detuvo la barbarie de Guantánamo ni Biden parece interesado en defender los DD.HH. en esa base militar isleña. El socialismo europeo, por su parte, asemejaría estas medidas rápidamente con el fascismo o con el autoritarismo de derechas.

            En el plano electoral, los demócratas defienden un statu quo fuertemente mayoritario en las elecciones legislativas y presidenciales, mientras que la izquierda moderada de nuestro continente plantea, al menos, la semiproporcionalidad de los sistemas electorales.

            Pero no todo son discrepancias. Evidentemente, entre los demócratas estadounidenses y los socialdemócratas europeos, hay puntos en común: izquierdismo en materia de derechos civiles (defensa del matrimonio homosexual, el rechazo al racismo y a la xenofobia, el apoyo a la muerte digna, posiciones en pro de la discriminación positiva a las minorías), la defensa de la separación religión-Estado, el apoyo a la descentralización territorial, la tenencia de una visión republicana de la jefatura del Estado (salvo excepciones, como las del PSOE), el expansionismo económico, la existencia de una presión fiscal mediana o la lucha contra el Cambio Climático.

            En todo caso, el Partido Demócrata se sitúa claramente a la derecha de fuerzas como el PSOE. El PD sería equiparable a formaciones de centroderecha liberal como Ciudadanos pero añadiendo el matiz militarista a los demócratas estadounidenses. Es decir, los naranjas y los de Biden plantean un modelo social donde existan derechos humanos y libertades civiles (exceptuando sus no-acciones en la cuestión de Guantánamo), a la vez que económicamente competitivo y con un limitado Estado de Bienestar, pero donde no tengan cabida extremos niveles de desigualdad y donde haya igualdad de oportunidades de partida.

            Por tanto, si hacemos una extrapolación a la política española, el supermartes del 3 de noviembre de 2020 tendrá como protagonistas a los homólogos ideológicos de Arrimadas (Biden) y de Abascal (Trump). Por lo que Howie Hawkins, candidato del Green Party, sería el candidato presidencial más equiparable a la socialdemocracia del Viejo Continente.

           

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