El próximo 8 de noviembre tendrán lugar en EE.UU. las elecciones presidenciales en las que se elegirá al sucesor de Barack Obama en la Casa Blanca. Tras la demócrata Hillary Clinton, el republicano Donald Trump ocupa el segundo lugar en la gran mayoría de encuestas publicadas desde el inicio de la campaña. Sus posicionamientos políticos y controvertidas formas han provocado el rechazo de importantes figuras de su partido, como Mitt Romney, John McCain, George H. W. Bush o Colin Powell, entre otros muchos.
¿Tan diferente es Trump de lo que sería un “cargo promedio” del Partido Republicano? Para responder a esta cuestión, en primer lugar, debemos tener en cuenta que los partidos estadounidenses difieren estructuralmente de los europeos. Si bien así se reconocen jurídicamente, no son auténticos partidos políticos, sino plataformas donde conviven distintos sectores sociales e ideológicos. Muchos de los cuales podrían ser perfectamente organizaciones partidistas en nuestro continente.
Al margen de las distintas facciones existentes en la mencionada agrupación derechista , desde el punto de vista meramente ideológico, podemos encontrar en esta tres tendencias: neoconservadora, preponderante; conservadora; y libertaria, la más minoritaria. Las dos primeras presentan: apoyo al aumento del gasto militar, una cosmovisión religiosa judeocristiana, fuerte reducción del gasto social, férrea defensa del derecho a llevar armas, así como un rechazo a las medidas progresistas en materia de derechos civiles. En definitiva, una visión notablemente desigualitaria de la sociedad.
Dentro de los neoconservadores también existen distinciones. Si nos detenemos en las características programáticas de los distintos presidentes y candidatos republicanos, tanto a la Unión como a los estados federados, desde la “ola neoconservadora” de los 80 hasta la llegada del magnate neoyorquino a la primera escena política, todos defendían un intervencionismo exterior de índole idealista -el mejor exponente es George W. Bush- más un impulso del libre comercio a nivel mundial. Fuera del plano ideológico, sus actuaciones se atenían a la ”corrección política”.
Por su parte, Trump y sus partidarios -también, neoconservadores- plantean, por motivos estratégicos y de sostenibilidad económica, un replegamiento militar, por un lado, más desconfianza hacia la globalización (rechazo al TTIP). Asimismo, su tendencia populista y aparentemente “antiestablishment” difiere también de sus predecesores. Con ella, pretende ser el guardián de los intereses de aquellos que han sido víctimas de políticas “buenistas”, ya vengan del “intervencionismo socialista” o de “normas proinmigración” de Obama, o bien de la actual administración y de las “élites republicanas” en lo concerniente a la “tolerancia hacia los islamistas”. Como podemos apreciar, su discurso presenta un claro intervencionismo y se aleja, en cierta medida, de la tradición liberal que siempre y parcialmente han defendido la mayoría de los líderes de esta formación. En lo que se refiere a su comportamiento social, como podemos apreciar, se diferencia totalmente.
En definitiva, la gran mayoría de los republicanos estadounidenses poseen convicciones altamente derechistas, pero que pivotan en torno a los principios de la democracia representativa. A la mayoría de sus cargos orgánicos e institucionales podemos encuadrarlos dentro del neoconservadurismo “oficialista”, el cual combate Trump, quien, por su parte, transmite una imagen de “outsider” dentro de su propio partido. En todo caso, esta última afirmación es relativa y cobra más sentido en las formas y solo relativamente en el fondo, puesto que el candidato neoyorquino es un magnate derechista y nacionalista. De esta manera, preconiza, entre otros propósitos, una sociedad fuertemente clasista, un Estado más militarizado o el mantenimiento de las estrechas relaciones entre el gobierno y las grandes corporaciones. Por tanto, bastantes de sus medidas son elitistas en la práctica.