El PSOE asumió en la ponencia política celebrada a mediados de junio de 2017 el carácter plurinacional del Estado, lo que ha abierto otro debate más en torno a la siempre controvertida cuestión territorial.

En este sentido, y al igual que Reino Unido, Francia o que la desaparecida Yugoslavia, España es un Estado que presenta múltiples identidades. Si bien no cabe duda de su carácter estatal, al disponer de territorio, población y soberanía, una importante parte de los nacionalistas periféricos cuestiona el hecho de haber una naturaleza nacional propiamente española. En contraposición, los Padres de la Constitución definieron, en el artículo segundo de la norma suprema de 1978, a España como nación compuesta de nacionalidades y regiones.

Para responder a la pregunta que representa el título de este artículo, en primer lugar, debemos definir los conceptos de nación y de región. Ambos son sociológicos y se circunscriben al margen de la correspondiente contextualización jurídico-política. Por el primero, comprendemos el territorio que posee: una historia común, elementos geográfico-humanos distintivos dentro de su civilización (lengua, fundamentalmente; etnia, religión, tradición jurídica y cultura política), aspectos geográfico-físicos diferenciadores (geomorfología, hidrografía, climatología o biogeografía) y manifestaciones culturales propias.

Por su parte, la región se encuadra dentro de una nación y se distingue de esta última en el hecho de que carece de lengua propia (esta afirmación puede ser perfectamente discutible) y de que el resto de rasgos distintivos son menos destacados. En lo que se refiere al Val d´Arán, el caso es peculiar, pues posee un idioma autóctono, pero el resto de sus componentes que conforman su personalidad son escasamente diferenciadores. Así, el elemento lingüístico es, por motivos culturales y comunicativos, el fundamental en la consideración nacional de un territorio. También hay Estados y subestados que no poseen estas categorías o que, como EE.UU., carecen de lengua propia, pero donde el resto de elementos singulares están más resaltados.

Partiendo de esta información, podemos afirmar -también es perfectamente rebatible esta argumentación- que en el ámbito hispanoeuropeo hay seis naciones: Portugal, Galicia, Castilla, Euskadi, Cataluña y la propia nación española. Dentro de esta última, la nación dominante (la más asociada a la identidad española) es Castilla, del mismo modo que Inglaterra lo es con Reino Unido; Holanda, con Países Bajos; o Serbia, con la ex-Yugoslavia.

Por su parte, el actual territorio español tiene rango nacional, pero en menor grado que otros Estados-Nación. Expliquemos por qué. En primer lugar, existe una historia política común desde el nacimiento de la Hispania romana. Respecto al idioma, la situación es más confusa: el castellano (idioma oficial del Estado, de acuerdo con el artículo tercero de la Carta Magna) es el idioma propio de la nación histórica castellana. No obstante, la RAE admite este término y el de español para referirse a la lengua común, al tener en cuenta el hecho de que está extendido a lo largo de todo el país y que ha recibido influencias de nacionalidades y regiones no castellanas. En tercer lugar, la cultura política es menos cívica y participativa que la existente en las subcivilizaciones nórdica, anglosajona o centroeuropea-occidental. Además de la ubicación en la Península Ibérica, hay que destacar también, como elementos propios de la identidad nacional española, las manifestaciones gastronómicas y artísticas domésticas (tauromaquia, dieta mediterránea, música pop española, flamenco, la copla, etc.).

Por tanto, podemos sostener que España es, además de un Estado comunitario, una nación de naciones y que su ámbito de influencia identitaria penetra dentro de Europa -además de en las también ibéricas Gibraltar y Andorra- en el también históricamente hispánico Portugal. Pero la ausencia, entre otros elementos, del castellano/español en la sociedad lusa impide considerar a este país como parte integrante de la nación española.

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