Miedo a la Humanidad

Miedo: “1. angustia por un riesgo o daño real o imaginario. 2. recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea.” (RAE)

El miedo se está propagando desde Oriente a Occidente a la misma velocidad que la COVID-19. Todos están dudando de todos, de todo y de los demás. Cualquier fuente de información puede ser un medio de desinformación. Cualquier institución puede ser objeto de desconfianza.

Estamos conviviendo con esta situación tanto como lo que llevamos de año transcurrido, y seguimos dudando. Se ha repetido una y otra vez que no se debe politizar una crisis sanitaria y, precisamente, lo que se está haciendo es politizarla. Nadie se fía de nadie y eso se está usando como fabricación de relatos recelosos que solo producen confusión.

Dependiendo de la institución pública o privada de turno, del gobierno de un país u otro, de un medio de comunicación conservador o liberal (en un sentido social); la receta para curar esta crisis sanitaria es única y diametralmente opuesta a la que propone el adversario. Unos dicen que el keynesianismo nos va a proteger a todos, otros que es el momento del anarcocapitalismo para crear esa riqueza que nos sacará de esto. Unos dicen que el camino a seguir es un distanciamiento social total, otros que la vía es la movilidad reducida. La auténtica realidad es que todo el mundo dice saber la solución, pero nadie quiere saber de nadie. La solución solo es para uno mismo. Al final del día, la auténtica solución (sea cual sea la elegida) es la que pondrá en práctica la sociedad civil.

El sector público duda del sector privado por la falta de compasión y empatía que pueda tener el neoliberalismo a la hora de dejar todo a la voluntad de la mano invisible. Cuántas personas pueden no estar capacitadas para sobreponerse a este duro revés: asalariados que no encontrarán trabajo, autónomos que no podrán pagar sus cuotas, PYMES que no podrán competir contra las grandes corporaciones, grandes empresarios que no podrán asumir el coste de producción por la falta de demanda agregada y el consiguiente descenso en el número de personal contratado, etc.

El sector privado duda del sector público por la falta de adaptabilidad a las circunstancias que experimentará el mercado laboral, a la subida de impuestos que reducirá su campo de actuación, a la reducción de flexibilidad a la hora de contratar, despedir o incluso deslocalizar, a la falta de confianza que habrá para atraer a inversores, etc.

Los Estados de miembros de la U.E. dudan por la falta de respuesta inmediata de Bruselas. La Europa del sur desconfía de los fondos del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). La Europa del norte no quiere saber nada de los coronabonos. La ausencia de una respuesta conjunta por parte de la Comisión Europa y la falta de cooperación en el Parlamento Europeo están dejando al Brexit como si hubiera sido un problema casi anecdótico.

En materia española, el Gobierno central duda de las estadísticas que las CC. AA. aportan sobre la incidencia de la COVID-19, en su gestión de compra de materiales antes de la declaración del Estado de Alarma (no olvidemos que la sanidad pública es competencia autonómica), en la falta de preparación y previsión cuando la OMS ya avisaba de la existencia del virus. Los gobiernos regionales dudan del Ejecutivo por la absoluta pasividad a la hora de establecer dicho Estado de Alarma, la tardanza a la hora de declarar la cuarentena, la ineficacia de comprar tests no homologados, la ausencia de una centralización de la sanidad pública completa (a excepción del trasvase de personal entre comunidades), etc.

En el territorio de la geopolítica, China no se fía de EE. UU. desde los Juegos Mundiales Militares de 2019 en Wuhan, ni de Occidente por la propaganda antichina que hacen determinados medios. A su vez, Occidente duda precisamente de China por haberse originado el virus dentro de su país y la falta de transparencia con sus disidentes. Por otra parte, Rusia duda de todos y todos dudan de Rusia. EEUU no confía en la OMS y ha decidido suspender su financiación a dicha organización por falta de transparencia en la información. Occidente tampoco se fía de la OMS por la falta de cooperación internacional a la hora de atajar el virus. Finalmente, la OMS no confía en la capacidad de actuación de los países ante la falta de seguimiento de los gobiernos a las directrices que marcaban.

Un círculo de desconfianza basado en el miedo a lo desconocido. Dicho miedo también está presente fuera de las instituciones. Los gobiernos no esperan el cumplimiento total del confinamiento por parte de la población. Tanto es así, que las medidas restrictivas de sanción van de la mano de las medidas preventivas de aislamiento. Por su parte, los ciudadanos no creen en la política. Una vez más, la gente ve como sus representantes se enzarzan en una batalla del relato ideológico más que de centrarse en un problema sanitario. Hasta incluso la población no se fía de si misma. Solo hay que ver la actuación tanto de las personas que aprovechan para saltarse el confinamiento, como aquellas que no dudan en tomarse la justicia por su mano y autodenominarse la policía de los balcones.

Ya nos avisaba Maquiavelo en el siglo XVI que “es mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza” (El Príncipe). Lo más irónico de todo es que para ganar la confianza de la gente, el mejor escenario es el del pavor. La doctrina del miedo es tan antigua como efectiva en la Humanidad. El clásico recorrido del miedo a la fobia, de la fobia al terror y finalmente del terror al pavor; es una de las recetas más efectivas para aplicar el poder político a través del dominio en un caos continuo.

Tres siglos después, Hegel intentaba analizar con su “dialéctica histórica” cómo el terror podía ser el precio a pagar para llegar un futuro mejor. Algunas de sus referencias fueron el Imperio Romano o la Revolución Francesa como ejemplos de una fase de conflictividad con el terror como un factor característico. Para sintetizar su dialéctica histórica dividida en las tres etapas por las que experimenta la sociedad (espíritu verdadero, extrañado de sí mismo y cierto de sí mismo), establece que la Historia aprende lecciones en base a sus errores. El abandono de todo proyecto utópico debido al recuerdo de los fallos cometidos en el pasado. La famosa consecución del Estado racional. En otras palabras hegelianas, todo lo que es racional es real, y todo lo que es racional es real.

Ahora bien, con nuestra crisis actual del coronavirus, ¿realmente vivimos en un Estado racional? ¿Hemos aprendido como Humanidad por qué se está priorizando el discurso ideológico por encima de la salud? ¿Hemos llegado a esa síntesis hegeliana cuando las personas prefieren comprar el relato emocional que interesa a cada uno?¿Hemos llegado a esa unidad humanitaria cuando el mundo globalizado no sabe responder precisamente de una forma global?

Si hay una lección aprendida de la Historia es que la sociedad civil tendrá que volver a sobreponerse de un nuevo evento traumático. El ciudadano de a pie tendrá que gestionar ese miedo que las propias instituciones públicas y privadas están explotando. La Historia no es cíclica, los seres humanos sí. El miedo volverá a surgir, dependerá de nosotros afrontarlo.

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