Elvira Lindo: escritora y periodista. Ganadora del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (1998).

Xose Martínez Contreras: ¿Dónde estabas y cuál fue tu primera impresión cuando empezó la primera ola de la COVID-19?

Elvira Lindo: Curiosamente yo estaba en Milán. Me había ido a descansar allí unos días antes de que llegara mi novela “A corazón abierto” a las librerías. Empezaron a haber casos a finales de febrero en Bérgamo y con ello, el anuncio del cierre de las escuelas. Yo ya vine a España con bastante aprensión.

Tenía prevista toda la promoción del libro. El primer lugar era Sevilla. Cuando fui allí, para mí era todo rarísimo porque la gente todavía no tenía conciencia de la gravedad de la situación. Con el habitual desenfado y la cercanía física española, les parecía extraño que no quisiera abrazar, tocar o tener a la gente cerca. Fue una firma de libros un poco rara.

Cuando volvíamos a Madrid, la directora de la editorial y la responsable de prensa me informaban de que estábamos recibiendo cancelaciones de los eventos promocionales de otras ciudades.

X.M.C. Fuera del análisis partidista, ¿cuáles han sido los aciertos y errores de la sociedad española en la primera ola y cuáles de ellos se han repetido en la segunda?

E.L. Ha habido errores, pero dudo que haya países que no los hayan tenido porque ha sido un impacto durísimo e inédito para todos. La pandemia sacudió España e Italia con más fuerza que a otros países europeos. Sin embargo, tal y como han transcurrido las olas del virus, estamos viendo que le ha llegado el turno a otros países que parecían más libres de la enfermedad. Es posible que uno deba mirar sólo a sus propios errores, pero aquí hay que pensar qué es lo que se ha hecho en toda Europa.

España tardó unos días en entender la gravedad del asunto. Durante ese tiempo, las personas nos seguimos relacionando tal y como lo hacemos en los países mediterráneos: con una cierta densidad poblacional, con una serie de eventos culturales, encuentros futbolísticos, etc. Siempre se habla del 8-M, pero en realidad hubo muchísimas cosas que tuvieron lugar durante esos días.

¿Qué es lo que pasó? Que luego se optó por un confinamiento durísimo que con el tiempo se ha visto que hubo cosas que se pudieron haber matizado. Por ejemplo, el hecho de que la gente no pudiera salir a pasear. Eso ha sido traumático. Ese tipo de confinamiento produjo una especie de desmadre cuando llegó la desescalada. Creo que fue el segundo error del Gobierno, tomarse la desescalada como el fin del virus.

Por otra parte, los gobiernos regionales reclamaban más potestad para las CCAA y luego resulta que las decisiones que han tomado no han sido las más acertadas. A su vez, han pedido más responsabilidad al Gobierno central. Hubo un encaje complicado. Se produjo una cierta confusión en los mensajes. En estos casos, hay que hablar con rotundidad. No pasa nada por advertir a personas adultas como somos los ciudadanos.

De todas formas, no creo que los errores sean comparables a los que ha cometido EE. UU. con Donald Trump o Brasil con Bolsonaro. Yo más bien, compararía los fallos españoles con los que se han producido en Europa.

X.M.C. Creíamos que este tipo de crisis vírica eran lejanas en el tiempo (algo del pasado) y en el espacio (problemas del Tercer Mundo). Se ha reducido el análisis a un binomio de crisis sólo sanitaria vs. política-económica. La realidad es que, aún siendo la raíz del problema algo sanitario, la crisis es multidisciplinar.

Los profesionales de muchísimos ámbitos (medicina, matemáticas, politología, economía, sociología, derecho, antropología, biología, …) tenemos el derecho y el deber de transmitir pedagógicamente a la sociedad qué herramientas tenemos para afrontar un problema como este.

Por ejemplo, los bulos son un mensaje muy tentador para el ciudadano de a pie. Se ha producido una desinformación que mucha gente (partidos políticos, organizaciones, medios de comunicación, etc.) se ha beneficiado de ella. Esta desinformación se está encargando de desplazar la misión pedagógica de la opinión pública. El contraargumento que se lanza es que sólo se hace apología de un intelectualismo extremo. Esto es peligroso porque da lugar a mantras que luego es difícil desarticular. Por ejemplo, la posición antivacuna, el decir que las mascarillas no sirven para nada, o directamente el negacionismo del virus.

Otro ejemplo lo tenemos en el “star system” en los programas de tertulia social o política. Es cierto que se han invitado a médicos y epidemiólogos, pero el resto de los colaboradores han sido las 10/15 caras que todos conocemos (los “todólogos”). He echado de menos que hubiera más profesionales como abogados especializados en Derecho Laboral y/o Mercantil (para explicar consecuencias en el mercado laboral), matemáticos (la importancia de la estadística sobre el comportamiento de la COVID-19), politólogos (los mecanismos institucionales de la gestión pública), etc. En otras palabras, la ausencia de información y formación a la sociedad.

E.L. Yo escribí un artículo para El País que pensé que podía ser polémico. Cada crisis tiene sus estrellas, en la del 2008 fueron los economistas y en esta, los médicos. Además, los que siempre son estrellas son esos que tú llamas “todólogos”. Durante un tiempo se hizo una excepción llamando a médicos, lo cual se agradeció; pero al final, lo que tenemos son opinadores. Sin embargo, empecé a ver cómo los mismos médicos estaban en todos los programas. El ver las mismas caras, a veces, resta credibilidad.

Como decías antes, el combatir mantras muy peligrosos para la sociedad es muy difícil. Tenemos la necesidad de creernos el mensaje. Tenía que haber profesionales de otras disciplinas para ver el problema desde una perspectiva global. En mis artículos de El País, traté de llevar la crisis al lado humano de las cosas. No sabemos todavía cómo nos va a afectar a nuestra forma de relacionarnos.

X.M.C. Por otro lado, hemos visto las consecuencias de las fallas de nuestro sistema educativo. Una de ellas es cómo se minusvalora la importancia de las asignaturas del bloque de las Humanidades y las Artes (educación plástica, literatura, música, educación física, etc.) y, sin embargo, todas estas disciplinas son en las que se sustentan las actividades que tenemos para sobreponernos a eventos traumáticos como la COVID-19 (el cine, series, canciones, realizar deporte en casa, …).

E.L. Está claro que en la soledad que trajo el confinamiento, la gente se refugió en la cultura. No sólo en la cultura, en todas aquellas cosas que amplían tu espíritu sin salir de casa. Las disciplinas que lo amplían tienen que ver con lo cultural y lo físico. Tras un momento de “shock”, todos nos aferramos a los libros, la música, el cine, etc.

Efectivamente, en España, todas las disciplinas que tengan que ver con el equilibrio físico y mental han sido de segundo orden. Los gobiernos han hecho un discurso del éxito del alumnado en base a una futura vida laboral, como si las asignaturas artísticas no tuvieran que ver con, no solo con la vida laboral, sino con la vida en general.

X.M.C. Disciplinas que tienen una aplicación práctica diaria.

E.L. Justamente había escrito una conferencia que he publicado que se llama “Literatura al compás”. Relaciona la enseñanza de la literatura con la de la música. Es decir, hace un camino entre las artes trasversalmente que no solamente tiene que ver con las artes en sí, sino que, en el fondo, te preparan para ser una persona.

Por ejemplo, tener armas para la búsqueda de empleo y poder expresar aquello que sabes o cuáles son tus habilidades. Esto lo han ido eliminando de la escuela, en beneficio de otras materias más puramente científicas y económicas, que se suponen que te preparan para el mundo laboral.

X.M.C. De hecho, se da la circunstancia de que las Ciencias y las Humanidades, en realidad, están entrelazadas.

E.L. Cuando vivía en Nueva York, la mayoría de mis amigos eran científicos y te das cuenta de cómo la creatividad tiene que estar presente en el mundo científico. Si no hay creatividad, no hay hallazgo.

X.M.C. ¿Cómo has visto el debate político a nivel nacional?

E.L. No creo que haya habido un país en Europa donde el ambiente haya sido tan estéril, bronco e incluso peligroso en la política. Por ejemplo, se ha criticado desde la oposición que en las cajas de las vacunas tenían el sello del Gobierno de España. Yo jamás hubiera pensado que se trataba de un acto de propaganda. Estamos en un nivel de confrontación que parece que no te puedes alegrar ni en un día histórico como es el inicio de la vacunación.

Afortunadamente, pertenecemos a la Unión Europea y lo podemos vivir como un intento de que lleguen las vacunas democráticamente a toda la población europea.

X.M.C. ¿Es cierto que recibiste la oferta de ser ministra de Cultura con el gobierno actual? ¿Qué fue lo que te llevó a decir no y si ahora, con el paso del tiempo, te arrepientes de la decisión?

E.L. Yo tomé la decisión correctísima. Me permití a mí misma sentirme halagada durante una hora por el ofrecimiento. Lo que pasa es que el tiempo me ha hecho más prudente y, dado el ambiente político del que estábamos hablando, yo creí que ponía en riesgo mi propia vida familiar.

En los años 80 y 90, para bien o para mal, en España se vivieron muchas burbujas y una de ellas fue la facilidad para emprender industrias culturales y que los libros se vendieran. Aquello construyó una base para tener bienestar en mi caso personal. En ese bienestar, no sólo entra el factor económico, sino cómo has creado una vida que te gusta: cuánto tiempo destinas para ti, cuánto tiempo pasas en tu casa, si comes o no diariamente en el hogar, etc. Ese grado de libertad y ser dueño de tu tiempo, si yo hubiera aceptado estar en el Gobierno, se hubiera trastocado. Mi vida hubiera sido puesta en entredicho. ¿Qué hubiera podido aportar algo? Si, seguramente; pero en esa decisión primó lo personal.

X.M.C. Cualquiera de las dos opciones son respetables y válidas.

E.L. ¿Se da menos a la sociedad escribiendo un libro que estando en el Gobierno? Pues tengo mis dudas. A lo mejor la sociedad disfruta más de mi libro que habiendo estado en el Ministerio. También pesó mucho el hecho de que no soy una persona suficientemente fuerte para resistir el azote de la opinión pública.

X.M.C. La vida a veces, y el sistema en particular, pone a la gente con potencial para construir una sociedad mejor en la tesitura de decidir cambiar el mundo dentro o fuera del sistema. ¿Crees que con este tipo de disyuntiva personal se habrá perdido mucho potencial para mejorar el país?

E.L. Yo creo que sí, no lo digo por mi caso en concreto. Pero a lo mejor las personas con talento no son tan fuertes como para estar ahí. Eso es un problema de cómo la sociedad civil no quiere tener nada que ver con la política. Lo acabamos viendo como un espectáculo peligroso. Es el peligro del tono. No tiene nada que ver con debatir o tener ideologías diferentes. Te das cuenta de lo que supone la exposición pública. Pones tu corazón desnudo hasta que alguien lo machaque.

Una persona que viene de una profesión artística como la mía, está acostumbrada al juicio ajeno, pero si estás acostumbrada, ¿por qué no en el terreno político? Ahí nos adentramos en palabras mayores.

X.M.C. Ese corazón desnudo nos lleva a tu último libro, “A corazón abierto”. En la novela, desarrollas una desnudez sentimental a través de los personajes de tus padres. Aparte del análisis politológico, otro de los objetivos de esta sección es difundir que la salud mental es tan importante como la salud física. Corrígeme si me equivoco, ¿el proceso de creación de la novela fue terapéutico para ti?

E.L. Fue finalmente terapéutico, pero no busqué que lo fuera, sino que lo encontré. Yo quería escribir sobre mi padre, porque era un persona muy especial y particular. Vi unas fotos de mis padres de los años 50 y ya me trastocó todo el sentido del libro, y ya lo hice sobre los dos: su encuentro, su historia de amor y su declive por la enfermedad de mi madre. No quería hacer un libro realista, sino que yo tenía una construcción literaria. Quería convertirlos en personajes de ficción, no hacer un anecdotario familiar.

X.M.C. Más que “basado en” sería “inspirado en”.

E.L. Si, pero siendo verdad todo aquello que se cuenta. Era un material muy delicado. No he inventado nada sobre mis padres, pero quería que ellos fueran independientes de mi visión como hija. No buscaba un fin terapéutico, pero obviamente en el repaso, lo que me pareció es que empezaba a entender cosas que yo no entendía.

El libro está narrado en presente, no es que yo esté recordando. Con lo cual, el estar dentro de la acción me hizo entender mejor su comportamiento: todas esas contradicciones que veía en ellos, esa arbitrariedad en los padres, etc.

X.M.C. La última pregunta estaba reservada para Manolito Gafotas. La saga comenzó en el año 1994 y tanto Manolito como España, han crecido contigo. Si Manolito existiera en la vida real, ¿cómo crees que él y su familia hubieran experimentado esta pandemia?

E.L. Siempre he pensado que cuando los libros surgieron, era un poco novedoso el que una serie infantil la protagonizara un niño de clase trabajadora. Había periodistas que me preguntaban sobre el libro como si Manolito fuera un macarra, porque no era algo que estuviera incluido, y menos en la literatura juvenil. Sin embargo, mi barrio y mis amigos eran del mismo estrato social del que era Manolito.

Lo que ha ocurrido en España es que la crisis se ha democratizado. Ahora mismo la familia de Manolito está en crisis como todo el mundo lo está. La clase media se ha empobrecido y puede entender ahora qué es lo que pasaba en esa familia. En su casa no tenían para pagar las letras del camión de su padre. En el último libro, “Mejor Manolo”, ya lo situaba a él con unos 12 años. ¿Cómo habría sido su futuro? Con mucho esfuerzo de sus padres, creo que llegaría a la universidad y estudiaría algo relacionado con la comunicación. Su padre, que es camionero, es posible que ahora esté todavía en Inglaterra tratando de pasar la frontera.

Sin embargo, en España el hecho de que haya núcleos familiares y comunitarios todavía sólidos nos salvó de la crisis del 2008 y espero que eso ayude a superar la actual. Mientras los abrazos han sido el peligro de la pandemia, la calidez y la capacidad de actuación en los barrios más humildes me hace tener esperanza.

X.M.C. Nos quedamos con esa última palabra: esperanza. Esperemos que este año 2021 sea mejor. Gracias por tu tiempo.

E.L. Muchas gracias. Te deseo mucha suerte.

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